Patrimonio y Turismo Cultural en el siglo XXI
Porfirio
Castro Cruz*
La palabra Patrimonio viene del latín “patrimonium”,
compuesta por dos lexemas, “patri” (padre) y “monium” (recibido), significando aquello
que proviene o recibimos de nuestros padres; y, en un sentido más amplio, son
los bienes que poseemos o hemos heredado de nuestros ascendientes. Lógicamente
es también todo lo que traspasamos en herencia.
Entendemos que se trata
fundamentalmente de objetos materiales como una casa, unos libros, unos utensilios
o un trozo de tierra. De forma parecida podemos referirnos a derechos y
obligaciones, o bien a rasgos más abstractos o más espirituales es decir, a expresiones
y bienes no tangibles,.
Aunque actualmente existen diversas
definiciones acerca de lo que significa el patrimonio cultural, prefiero
referirme a la que se debatió y aceptó en la Conferencia Mundial sobre
Patrimonio Cultural realizada por la Organización de las Naciones Unidad para
la Educación, la Ciencia y la Cultura, en
la Ciudad de México en 1982, que señala:
“El patrimonio cultural de un pueblo comprende las obras
de sus artistas, arquitectos, músicos, escritores y sabios, así como las
creaciones anónimas, surgidas del alma popular, y el conjunto de valores que
dan sentido a la vida, es decir, las obras materiales y no materiales que
expresan la creatividad de ese pueblo; la lengua, los ritos, las creencias, los
lugares y monumentos históricos, la literatura, las obras de arte y los
archivos y bibliotecas.”
El patrimonio constituye una herencia histórica, diversa
y rica, ante la cual las generaciones presentes tenemos una irrenunciable
responsabilidad, por cuanto que representa el testimonio vivo de lo mejor que
hombres y mujeres de todas las épocas han realizado. Conservarlo, no solo equivale
a transmitir, respetar y preservar el legado de las generaciones que nos han
precedido; como sociedad también tenemos el deber de enriquecerlo, extendiendo
y recreando el patrimonio original con nuevas obras y espacios, que nos permitan
servir de puente entre pasado y futuro, a la vez que nos reconocemos y nos
sentimos partícipes de una tradición cultural construida a lo largo de milenios,
en la cual encontramos elementos que nos dan identidad y sentido de pertenencia. Además,
permite la experiencia estética de lo bello cuando se goza con su contemplación
y es, al mismo tiempo, una herramienta de valor incalculable para el
conocimiento de nuestro propio pasado.
Esta valiosa
herencia cultural no está exenta de peligros, el primero deriva del carácter irrepetible
de los rasgos que la integran, dado que el patrimonio, en su mayor parte de
carácter material (edificios, monumentos, muebles, etc.), está sujeto al
peligro de su degeneración debido a malos usos, a causas naturales, una protección
escasa o inadecuada, así como el mero paso del tiempo, sin contar con las pérdidas
debidas a intervenciones humanas que por ignorancia, error o intereses
mezquinos causan voluntariamente o involuntariamente su destrucción como
sucedió en Río de Janeiro con el Museo Nacional de Brasil, uno de los más
antiguos del país y con un valioso acervo que se perdió debido a un incendio de
enormes proporciones.
Asimismo, la conservación por mera
conservación puede llegar a ser un absurdo, por ello es necesario considerar en
los usos de estos bienes, que respondan a necesidades actuales. Por ejemplo, un
inmueble que en su momento fue creado para ser casa habitación, una vez
restaurado quizás sea acondicionado para albergar un hotel boutique, unas
oficinas o algún otro uso que requiera ciertas adecuaciones, sobre todo para
equiparlo tecnológicamente, incluso para hacerlo un espacio inclusivo.
El gestor del patrimonio debe tener
cuidado y ser preciso al realizar su quehacer, porque existen tantos objetos,
lugares y pasajes que podemos considerar como patrimonio, que la cuestión puede
desbordarse. De hecho, hoy día existe el peligro de patrimonializar en exceso,
confundirse, dejarse llevar por la nostalgia y querer recrear un mundo que nunca
existió. Incluso se tiene la tentación de utilizar políticamente el patrimonio,
dada la fascinación que despierta en nuestras sociedades y lo fácilmente
manipulable que es, lo cual ha sucedido al menos en las últimas dos décadas con
el patrimonio edificado que conforma el centro histórico de la ciudad de
Veracruz.
En pleno siglo XXI,
el patrimonio a través del turismo cultural y de otras vías de transferencia, es
un recurso económico importante, capaz de contribuir a mejorar las condiciones
de vida de muchas personas, aunque es innegable que el creciente número de
visitantes acarrea consecuencias importantes para su conservación, dado que
pueden ir en su detrimento generando afectaciones graves que pueden llegar a ser
irreversibles.
Para afrontar la compleja problemática
que tiene planteada la gestión turística de las ciudades históricas y conjuntos
monumentales, en el caso de nuestro país, de aquellos lugares con declaratoria
de Zonas de Monumentos Históricos, es fundamental
tener una visión integral innovadora, dinámica y eficaz que tenga presente las
dimensiones socio culturales, económicas, medioambientales y funcionales que el
turismo demanda hoy en día. Además, también se tienen las zonas arqueológicas
abiertas a la visita pública, las cuales en algunos casos no tienen las
condiciones necesarias para tal fin, que va desde accesos complicados,
señalética escasa o deficiente, carencia de personal especializado, entre otros
problemas.
Aún así, actualmente estos lugares se
encuentran estrechamente asociados al sector turístico, por lo cual el reto que
deben enfrentar es adecuar estos sitios para que, conservando sus valores y
singularidades patrimoniales, urbanísticas y medioambientales, la función
turística se integre armoniosamente y se convierta en una aliada de la
recuperación de estos parques urbanos o sitios prehispánicos, ya que el turismo
sustentable constituye un elemento fundamental para detonar su desarrollo.
De ahí que es una prioridad que los
destinos turístico-culturales estén bien diseñados en términos urbanísticos, de
medio ambiente, de calidad arquitectónica, de espacios libres, conservación del
patrimonio, rutas peatonales, equipamientos e infraestructuras turísticas y de
acogida no solo para el visitante, sino también para quien lo habita. Asimismo,
es fundamental la adecuada interpretación del patrimonio cultural, para lo cual
deben contar con un museo de sitio o de la ciudad, según sea el caso, que
permita que propios y extraños conozcan su patrimonio.
Con respecto a las ciudades antiguas y
sus centros históricos, no hay que perder de vista que además de un ámbito
receptor de turistas, es un lugar donde se vive, un centro de negocios, una
zona de compras y un espacio donde se localizan funciones públicas
administrativas; se trata de una realidad multifuncional en donde por lo
general, sólo una pequeña parte del patrimonio está preparado para la visita
pública, aspecto importante a considerar en cualquier diseño de rutas de
turismo cultural que se pretenda contribuyan al entorno y que no vayan en su
detrimento.
En 2017, por quinto año
consecutivo, “el turismo
internacional en México registró cifras históricas, al recibir en los
diferentes destinos, alrededor de 39 millones de turistas extranjeros sobretodo
provenientes de Estados Unidos y Canadá, con una captación de divisas por
aproximadamente 21 mil millones de dólares”, a decir del secretario de Turismo,
Enrique de la Madrid, a través de un comunicado reproducido por el portal expansion.mx
Lo anterior no se ve
reflejado en el estado de Veracruz, en donde la Secretaría de Turismo, Cultura y
Cinematografía, a través de la Dirección General de Ferias, Tradiciones y Arte
Popular, no ha logrado captar el interés de este segmento de mercado, ya que
cada vez son menos los turistas de procedencia extranjera que visitan Veracruz,
quienes prefieren ir a otros destinos nacionales. En ese mismo año el estado de Veracruz contó con 8,656
habitaciones disponibles, con una ocupación hotelera del 43.6 %, muy por debajo
de Guadalajara, Monterrey, Puerto Vallarta, Acapulco, Mazatlán, Puebla,
Querétaro y Mérida, de acuerdo con información obtenida del Monitoreo Hotelero
DATATUR 2017.
Para fomentar el turismo
cultural en el territorio nacional, el gobierno federal creo desde el 2000, el Programa de Pueblos
Mágicos de la Secretaría de Turismo, el cual “contribuye a revalorar a un
conjunto de poblaciones del país que siempre han estado en el imaginario
colectivo de la nación y que representan alternativas frescas y diferentes para
los visitantes nacionales y extranjeros, dado que un Pueblo Mágico es una
localidad que tiene atributos simbólicos, leyendas, historia, hechos
trascendentes, cotidianidad, magia que emana en cada una de sus manifestaciones
socio-culturales, y que significan una gran oportunidad para el aprovechamiento
turístico”. En nuestro estado se cuentan con seis pueblos mágicos: Coatepec, Coscomatepec,
Orizaba, Papantla, Xico y Zozocolco. Sin embargo, este 2018 no se tuvo tal
denominación para ningún lugar en Veracruz, entre los que se encontraba
Naolinco y Misantla.
Por otra parte, se cuenta
con el Programa Ciudades Mexicanas de Patrimonio Mundial, en donde figura
Tlacotalpan, al encontrarse inscrita en la Lista de Patrimonio Mundial de la
UNESCO desde 1998, por lo que también recibe recursos para la conservación de
su patrimonio edificado y su mobiliario urbano.
Hoy, la entidad aún tiene
mucho camino por recorrer en la diversificación de los productos turísticos,
sobre todo en lo que se refiere al turismo cultural, en donde es necesario
crear rutas más interesantes y de calidad; profesionalizar aún más a los
intérpretes de su patrimonio cultural, mejor conocidos como “guías de turistas”
para que sean certificados por la Secretaría de Turismo del Gobierno de la
República, bajo las Nomas Oficiales Mexicanas NOM-08-TUR-2002 y NOM-09-TUR-2002;
así como acrecentar con calidad la infraestructura turística haciéndola
equiparable a otros destinos turísticos de importancia.
*Porfirio Castro Cruz
es Experto en Políticas Culturales y Gestión Cultural.
Fotografía: San Juan de Ulúa. Porfirio Castro Cruz.
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